miércoles, 3 de febrero de 2010

Zapatito Zapatito

Era tarde y ya estaba un poco borracha, decirlo así implica cuidar las formas.
Tenia puestos los zapatos nuevos, unas plataformas azules muy a lo Spice Girls. Y ahora tengo que aclarar que: no es fácil caminar con plataformas sobre todo ebria. Ninguna novedad solo que se me olvidan esas cosas, básicamente porque seguro me voy a poner en pedo.
Hay algo que pasa con los tacos y las mujeres, hay algo que pasa cuando te pones un taco y esto es muy profundo aunque Ud. no lo crea; la altura, los 5 kilos virtuales que te “saca”, el sonido tac, tac, la aplanadora. Hay algo que pasa y es real, lo sienten hombres y mujeres.
En mi caso en cambio, los tacos no inspiraron ese tipo de momento de “éxito”.
Empezó a llover y los zapatos se mojaron, me resbalaba, se me torcían los pies, caminaba con miedo de caerme, tremendo. Explicame ahora la seguridad de los tacos, no existe. Es un mito.
Tenía que esperar a que llegue “mi cita” porque llegué temprano, el viaje había resultado más rápido de lo que pensé. Entonces me senté en una escalerita y empecé a pintarme, ilusamente y tratando de alimentar lo que después resulto ser la decadencia de la fammefatalidad.
Termine de pintarme y cruce la calle, confiada y subida a ese envión del encuentro. (Creo que cuando me levante me di cuenta que estaba ebria) Camine 5 metros, y cuando intente subir la vereda y se me doblo el pie. Seguí caminando como quien no registra el “dolor” físico y note que algo se me estaba saliendo del pie.
Aclaración mental: “Esto no es Disney, si se te pierde un zapato no sos Cenicienta, esto es la vida real Agustina y en la vida real estas en pedo, a media cuadra de una persona que espera encontrarse con alguien que pueda caminar en línea recta y con los dos pies, y todavía tenés que llegar ahí”.
Mire el zapato y estaba totalmente destruido…me suena el celular, un mensaje; “Estoy en la puerta”. Claro, yo podía verlo desde atrás del árbol que tapaba toda mi humillación y mis pensamiento sobre las posibles maneras en las que podía salir caminando de ahí”. Hasta en un momento pensé: “Me tomo un taxi y me hago humo”, pero dije: “Sabes que…no”.
Me calce el zapato como pude, y camine o al menos lo intente mientras pensaba “¿En que momento pase de sentirme una come hombres para convertirme en renga?”
Mi paso era muy irregural pero seguro (?) No tenía opción, o le ponía onda y actitud o moría ahogada debajo de la lluvia.
Llegué a la esquina (como pude), sonreí con cara de “acá esta todo bien” y en voz alta dije: “Se me rompió un zapato”. Risas nerviosas.
Inesperadamente entonces (y esta es la parte en la que pueden pensar que me gusta mucho el cine) aparece un masculino algo dudoso pero masculino al fin, y me dice: “¿Te ayudo, linda?” Claro, se ve que se notaba. Con un mueca rara y mirando como el otro masculino caminaba hacia esa “situación” tomo su mano y me dejo ayudar. Escucho entonces una voz varonil que dice: “Deja que yo la ayudo”.
¡Cuanta generosidad! ¡Cuanto apoyo moral! Gracias.
El segundo masculino arriba y el primero le dice: “Disculpa MAESTRO, no te vi.” Lo abraza (??) y se va.
El primer masculino me besa y me relajo. Un zapato roto puede enseñar mucho.